jueves, 10 de diciembre de 2009

Lectura interpretativa de La guerra de los mundos de H. G. Wells

Por Marco Antonio Yugra
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En primer lugar me detendré a exponer los argumentos que sustentan la interpretación generalizada a La guerra de los mundos, la cual indica que el autor realiza una crítica a la sociedad de su tiempo: la época victoriana y el expansionismo y colonialismo inglés. En segundo lugar expandiré la primera interpretación de la novela de Wells y diré que ésta muy bien se puede extrapolar a la actualidad y hacer su crítica extensible a la humanidad, a la sociedad humana en general.

Se suele reconocer a La máquina del tiempo, El hombre invisible y La guerra de los mundos como precursoras de la ciencia ficción. Esta mención es justa y correcta, ya que el término ciencia ficción no aparecerá sino hasta mediados de la segunda década del siglo XX. Además, recordemos, parafraseando a Walter Mignolo, que sólo se puede encontrar elementos fantásticos, en este caso elementos de ciencia ficción, una vez que se ha tomado conciencia del concepto, el de ciencia ficción, para esto tal término tiene que haberse creado primero y haber luego ingresado en la comunidad hermenéutica. De esta manera no podemos decir que Wells escribió ciencia ficción, pero sí que es precursora del género.

“La asociación de las dos palabras (sciencie fiction) no se produjo hasta 1926, cuando fue inventada por un inspirado editor americano, Hugo Gernsback, fundador de la revista Amazing Stories, para definir el tipo de historia que le gustaba, en la a las maravillas de la ciencia de principios del siglo XX se unían los antiguos temores, visiones y deseos de nuestras primeras literaturas. Para entonces Wells ya había cumplido los sesenta años y publicado lo mejor de su obra. Los jóvenes autores de ciencia ficción patrocinados por Gernsback reconocieron en Wells (y en Julio Verne, Poe, Mary Shelley y hasta Swift y Voltaire) a sus precursores. Sin quererlo, Wells se convirtió en un clásico del nuevo género” (Manguel, 2006).

La guerra de los mundos es interpretado como una crítica a las naciones coloniales en África, Asia y América de algunos países como Francia, Alemania y, principalmente, Reino Unido, que desde 1880 hasta los comienzos de la primera guerra mundial, se disputaban y competían por la adquisición de territorios de ultramar. La justificación de estas conquistas fue “el poder de la razón” sobre los individuos inferiores; y ya que Europa siempre ha tenido una tecnología superior, lo que les ha otorgado la condición de superiores, creyeron tener la misión de conquistar todos los países y pueblos. El ejército y la flota naval otorgaba la seguridad adecuada para llevar una vida tranquila y sin preocupaciones, porque total ¿quién podría con una nación tan poderosa como Inglaterra?

“Los ingleses se creían dueños de uno de los imperios más grandes de la historia y una posible invasión extraterrestre o cualquier tipo de catástrofe resultaba risible, casi impensable para ellos” (Piña, 2009). Tan seguros se sentían los ingleses de aquella época que Wells los retrata en su novela:

“Mi vecino opinaba que las tropas destruirían o capturarían a los marcianos durante la jornada.
─Es lástima ─me dijo─ que no permitan que las gentes se aproximen. Sería curioso saber cómo se vive en otro planeta, algo se aprendería”

No sienten temor, al inicio, porque su falsa seguridad los ciega, minimiza el peligro que supone la invasión marciana. Ni siquiera la proximidad de otro cilindro los conmueve. El único temor que tienen es el de perder su dinero, sus valores materiales.

“─Dicen que ha caído allí otras de esas benditas cosas, la número dos. Pero ciertamente, ya tenemos bastante con una. Este asunto costará un pico a las compañías de seguros antes que todo se arregle.”

Esta seguridad se transforma en soberbia e hipocresía.

“Pero el hombre es tan vano, tanto le ciega su vanidad, que ningún escritor antes del fin del siglo XIX expresó el pensamiento de que allí lejos la vida intelectual, caso de existir, se hubiera desarrollado muy por encima del humano nivel”

“Con infinita suficiencia iban y venían los hombres por el mundo, ocupándose en sus asuntillos, serenos en la seguridad de su imperio sobre la materia. ¡Es posible que bajo el microscopio obren de igual manera los infusorios!”.

Y sobre la vida en Marte.

“A lo sumo, los habitantes de la tierra se figuraban que en el planeta Marte podía haber otros hombres, inferiores probablemente a ellos, y dispuestos a recibir con los brazos abiertos cualquier expedición misionera. Sin embargo, a través de los abismos del espacio, espíritus que son a los nuestros lo que nuestros espíritus son a los de las bestias de alma perecedera; inteligencias vastas, frías e implacables, contemplaban esta tierra con ojos envidiosos y trazaban con lentitud y seguridad sus planes de conquista. Y en los comienzos del siglo veinte sobrevino la gran desilusión”.

Desilusión al comprobar que los invasores no sólo eran seres inferiores al hombre sino que eran seres muy superiores a él, dotados de mejor tecnología que la humana y de más sofisticados armamentos que la de armada inglesa.

Wells trataba de decirles a sus conciudadanos ¡despierten! ¡Abran los ojos! ¡Si no cambiamos nuestras maneras de proceder vamos a terminar muy mal!

“Estos libros de Wells [sus primeras obras, entre ellas La guerra de los mundos], que a partir de una base científica proponen argumentos fantásticos pero siempre verosímiles, fueron entendidos por varios de sus primeros críticos como un rechazo del espíritu imperialista, autocomplaciente y altivo. Las historias de Wells era para ellos premonitorias: anunciaban el fin de la época victoriana y del falso sentido de seguridad de las clases adineradas. Si Dickens, George Eliot y Elizabeth Gaskell mostraron a sus lectores la Inglaterra de las fábricas y conventillos, y Kipling y Conrad el lado oscuro del glorioso imperio, Wells desplegó ante ellos la visión del mundo del día después de la fiesta, aquello que les esperaba si no cambiaban las condiciones presentes” (Manguel, 2006).

Para denunciar las prácticas colonialistas menciona:

“Antes de juzgarlos con excesiva severidad debemos recordar que nuestra propia especie ha destruido por completo y bárbaramente, no tan sólo especies animales”.

Los marcianos no son vistos por el narrador como seres malos o crueles sino simplemente como un eslabón más de la cadena evolutiva que actúa en consecuencia de la selección natural (Wells era adepto de la teoría darviniana de la evolución), por sobrevivir, porque:

“Su mundo está ya muy frío, mientras el nuestro ofrece plétora de vida, pero plétora de lo que consideran como vida inferior. Y el único medio que tienen de escapar al aniquilamiento que, generación tras generación, merma sus filas, consiste en llevar la guerra en dirección al sol [a la tierra]”.

Vemos, pues, la influencia de los trabajos de Darwin, donde la lucha por la supervivencia no tendría que ser diferente cuando es enfocada a una escala mayor que la planetaria sino interplanetaria.

Por otro lado, la invasión marciana “se presenta como el más eficaz mecanismo de igualación social”, donde “todos, ricos y pobres, grandes y pequeños, son iguales ante las huestes destructoras de los marcianos”.

Ante el peligro, el pánico se apodera de todos, todos somos iguales en una catástrofe, porque cuando una situación excepcional libera al hombre de los condicionantes sociales, el ser humano se transforma por completo, “el hombre vuelve a ser un animal más entre los animales” (Amara, 2005).

“De la misma forma en que un depredador ataca su presa, los marcianos devoran y destruyen a los seres humanos ─se trata de la naturaleza, de un fenómeno que nos excede y que está lejos de la ética y la religión. El caso del sacerdote con quien el narrador tiene que compartir un encierro de varios dísa es emblemático del fanatismo que varios pensadores de la época denunciaban. La fe y la religión se muestran como recursos insuficientes para enfrentar el miedo y la tragedia. (Resaltado mío).

Las personas se vuelven más viscerales porque son el instinto y su animalidad lo que habrán de sostenerlas cuando se agoten los alimentos, destrocen los caminos y el agua sea cada vez más escasa. Los buenos modales y las buenas costumbres británicas quedarán olvidadas porque si bien la educación constituye un conjunto de normas y códigos de conocimiento y conducta que facilitan nuestra convivencia son paradójimente la parte más frágil del mundo de los seres humanos. Ante el Apocalipsis poco puede hacer la educación” (Piña, 2009).

Por último, el marciano, con todo su aspecto repulsivo y cruel, y con ánimo destructivo, no es sino más que un reflejo del hombre, “la guerra de los mundos no es sino la guerra que ya se verifica en la tierra entre las diversas formas vivientes” (Amara, 2005). Si seguimos la teoría de Darwin sobre la evolución de las especies, el marciano será la constitución futura del hombre. Dice Wells:

“Indiscutiblemente los marcianos representan la supresión de la parte animal del organismo realizada por la inteligencia. Es presumible, a mi juicio, que desciendan los marcianos de seres parecidos a nosotros y que esta transformación se haya operado mediante el desarrollo gradual del cerebro y de las manos (las últimas hasta formar los dos racimos de tentáculos delicados) a expensas del resto del cuerpo. Al suprimirse el cuerpo, el cerebro se trueca en una inteligencia más egoísta, sin ninguno de esos ‘sustratos’ emocionales que caracterizan al ser humano”.

Todo ello implica, al igual que los marcianos, una amenaza tecnificada, el terror y la destrucción. La invasión marciana a la tierra refleja de alguna manera la invasión que los hombres han hecho de los espacios propios de otros espacios animales y vegetales. Pareciera ser que Wells nos dijera que los marcianos somos nosotros.

Luego de la invasión el narrador reflexiona:

“De todos modos, esperemos o no nuevas invasiones, estos acontecimientos nos obligan a modificar grandemente nuestras miras sobre el porvenir de la humanidad. Hemos aprendido a no considerar en lo sucesivo nuestro planeta como segura e inviolable morada del hombre; nunca sabremos prever qué bienes o qué males invisibles pueden sobrevenirnos del espacio. Es posible, en los amplios designios del Universo, que no deje al fin de beneficiarnos la invasión marciana; se nos ha arrancado esa confianza tranquila en el porvenir que es la fuente más segura de degeneración; deben las ciencias a estos sucesos inapreciables dones y han contribuido considerablemente al progreso de la solidaridad entre los hombres”.

Y luego se cuestiona acerca del destino del hombre:

“Por otra parte, es posible que la destrucción de los marcianos sólo signifique para nosotros un aplazamiento. Tal vez el porvenir se encomiende a ellos y no a nosotros”.

Y claro nos queda esa duda con que se cierra el libro: ¿Y si el futuro estuviera escrito para ellos y no para nosotros?

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